Angelito en la orilla

Angelito en la orilla
واميليا جون هو أكثر بكثير من الحب

El amor...es mágico cuando anida en tu interior....dejalo crecer....

El amor...es  mágico cuando anida en tu interior....dejalo crecer....
اميليا جون سيكون معا إلى الأبد

sábado, 23 de mayo de 2009

"Un adiós a Mario Benedetti"

Este 17 de mayo ha dejado de latir el corazón más poéticamente puro de la literatura hispanoamericana contemporánea. La muerte de Mario Benedetti no sólo me trajo ese súbito dolor que nos produce haber perdido a un gran poeta, sino que me causó perplejidad. Todo el mundo, pensé, menos Don Mario.

Tal vez eso se explique por la obra y la persona de quien ha sido para mí el más extraordinario embajador de la cultura uruguaya de este tiempo. Por eso, por la dimensión de su poesía, por esa extraordinaria condición artística, su muerte me pareció contraria a las leyes naturales. Es que era un producto de la tierra que estaba más allá de estas cuestiones finitas; es que uno sigue proyectando esa tendencia metafísica a continuar pensando en los poetas como en entidades etéreas y sutiles que han ganado el don de la eternidad. Benedetti fue un producto curtido de naturaleza, un hombre mineral venido de las entrañas de la tierra con ese brillo de incomparable de las amatistas y los cuarzos. O un árbol, uno de esos frondosos árboles nuestros que todavía emergen, florecidos, engalanando lozanías. Eso: un frondoso árbol, con una copa llena de trinos, alas para volar lejos y un magnetismo incomparable.

Suelen decir los literatos que en cada época aparece un bardo asumiendo la totalidad de los sueños y de la sabiduría, expresando el crecimiento y la extensión del mundo, de su tiempo. Creo que Benedetti tiene un lugar entre ellos. Entonces estos bardos acumulan flores y hojas y así van ensanchando sus exclusivos jardines, y entre esas flores y hojas la naturaleza reluce y canta. Jardines multiplicados, remansos vivificantes que parecen mirarnos a nosotros, pequeños mortales de todas las edades transitorias. Nos miran y nos ayudan a descubrirnos: nos revelan nuestros propios laberintos.

Está sólo la blancura del papel, desafiando como un desierto a la pureza del camino poético. Por ese sendero, interminablemente, fueron desfilando sus versos y sus metáforas, cual pequeñas barcas cargadas de miel. Y en esa riqueza excesiva en que el urgente poder creativo se acompasa con toda la suma de la inteligencia, pudimos ver y palpar a un Benedetti constante y creciente que siempre acompasó la transformació n de su obra al tranco que le imponían los tiempos. Su pluma fue arma, pan, esperanza y brazo fraterno. Detrás de esa trama del amor infinito y de la muerte sobrecogedora había otro asunto, otro tema principal: su sencillez, o mejor dicho, su humildad.

Tropecé con Benedetti una sola vez en mi vida Eso fue hace unos cuantos años ya, a la salida de una farmacia, en el Centro montevideano. Recuerdo que el providencial encontronazo me impulsó a saludarlo torpemente, a darle la mano, a expresarle una espontánea admiración con aquella partecita de “Contra los puentes levadizos” que dice:



“…Puedo permanecer en mi baluarte,

en ésta o en aquella soledad, sin derecho,

disfrutando mis últimos racimos de silencio.



Puedo asomarme al tiempo, a las nubes, al río,

perderme en el follaje que está lejos,

pero me consta y sé, nunca lo olvido,



que mi destino fértil, voluntario,

es convertirme en ojos, boca, manos,

para otras manos bocas y miradas…”



Recuerdo que recitamos al unísono aquellos versos y comprobé entonces que aquel bardo era de carne y hueso, visible y palpable; un hombre común de una sencillez poco común, de una sencillez superior. Eso fue todo, apenas atiné a decirle un “¡muchas gracias Compañero!” y lo ví perderse entre la muchedumbre como cualquier transeúnte, creyendo que esa muchedumbre desconocía al poeta.

Muchos libros después, por no decir años, en este grisáceo 18 de mayo, recién ahora vine a comprobar con alegría mi equivocación. Una caravana interminable serpenteaba el palacio de las leyes para saludar al gran poeta. El pueblo estaba ahí y abrió sus corazones, saludándolo con versos suyos, con flores, con bolígrafos, con incontables dedicatorias. Pasé en silencio y para mis más hondos adentros dejé escapar mi homenaje con un secreto: ”--¡Salud, maestro de la luz! Tus letras son honor de nuestra tierra y de la tierra entera!” Alguien llora. Alguien pregunta: “¿quién dijo tristeza?”



Juan Antonio

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